Tiempo de… líos (III)

#DalealPlay# Abigail’s Song. Murray Gold, Katherine Jenkins

 

Belmont, Massachusetts. 1997.

Se revolvió un poco en el asiento del coche. Estaba muerta, y tenía un jet lag atroz. William no entendía por qué no había accedido a teletransportarse con él, por qué ahora de repente le daba vergüenza o algo… Porque no le daba vergüenza, mendrugo, le daba miedo: Lola Mendieta tenía pánico a morir.

Por eso había tenido que írselas apañando sin usar el teletransportador. Tomó una puerta clandestina hasta el Madrid del noventa y siete, donde había logrado pasar desapercibida a ojos de un Ministerio demasiado ocupado en hacerse invisible a la OTAN y de un montón de ciudadanos conmocionados por el secuestro a manos etarras de un concejal de Ermua. Sin pensar demasiado (pues viniendo de donde venía, tenía claro cómo iba a acabar el pobre hombre) se dirigió a Barajas nada más plantar los tacones en la acera.

Y allí estaba. En los Estados Unidos de América, tras un vuelo de mil horas y con un dolor de cabeza terrible. Las piernas empezaban a entumecérsele pero siguió mirando al horizonte, impertérrita, vigilante siempre.

Si alguna vez llegó a tener esperanzas puestas en que el Ministerio podría ser una institución realmente eficiente —no ahora, claro, en algún momento de su celebérrima historia— se esfumaron todas aquella tarde, al ver que el sin sangre de Argamasilla había decidido hacer otra expedición por la tierra de las libertades.

¡Puf! ¡Puf! Se desvanecían, míseras y frágiles, al ver que tras el portento aparecía un tipo con aspecto de quinqui… Puf. Idas. Como las volutas del humo de su cigarro, escindiéndose sin remedio contra el parabrisas del coche. Desde que le fue diagnosticado el cáncer, Lola había vuelto a retomar viejos hábitos, los sarcasmos y el fumar entre ellos.

—Me pregunto de dónde saca el Ministerio a sus agentes. —McAllister también se había dado percatado de que los pájaros habían hecho aparición. Miró a su compañero, molesta. Sí, ella era parte de Darrow, pero había trabajado para el Ministerio. Y no compartía su visión impuesta, pero eso no quería decir que todo allí fuese desechable y sin valor. Lola recordaba muy bien su paso por él, cómo fue su reclutamiento… había llegado a la conclusión de que si bien la dirección era demasiado restrictiva, lo mejor de la institución eran sus agentes… Aunque pareciesen salidos de una serie de televisión.

—Ni Starsky&Hutch, eh… —sonrió, dorándole la píldora. No le gustaba ese hombre. Tenía que colaborar con él, como había colaborado con una buena panda de idiotas sin cerebro, pero no le hacía gracia. El único medianamente inteligente había sido Paul… Y así había acabado.

Independientemente de la gracieta de las pintas, al menos ella se había percatado de dos cosas importantes. La primera era probable que la hubiera cruzado también la mente a  McAllister. La segunda, gracias a Dios, era casi imposible.

Era evidente que se había producido ya el ataque al Ministerio de la época de la que procedían, de otro modo no tendrían compañía. Sólo analizando el gas habrían dado con ese preciso momento en la historia: el momento en el que Darrow roba la fórmula. Era tan evidente que incluso justificaba su presencia allí para reforzar al Walcott del pasado.

Lo que Lola Mendieta había supuesto además, es que el ataque se había llevado a cabo satisfactoriamente. De haber podido, no dudaba que Salvador habría mandado a sus propios agentes. Una misión a la altura de su patrulla estrella… Y no era así. Estaba claro que la misión había sido muy precipitada: el uno era de principios de siglo, y el otro de los años ochenta. Lo mejor de cada casa.

—¿Vamos? —le animó su compañero, al ver que empezaba el cotarro y no se decidía a salir del coche. No le daba confianza todo aquello.

—¿De veras crees que Walcott no puede enfrentarse solo a esos dos? —Le miró con extrañeza, pero le ignoró. Al menos ganaría algo de tiempo para llegar a Madrid— Anda vamos… Pero después, no cuentes conmigo para entregar el informe. Tras esta niñería, me voy a reservar en el spa más cercano; que me tenéis hartita.

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